En Teulada-Moraira, un pueblecito alicantino cerca del mar, tiene en un rincón especial una plantación de una variedad de uva autóctona y cultivable en la zona desde antaño, la moscatel que da nombre a M de Alejandría. Al frente de este proyecto se encuentra Cristina, una mujer con la fuerza suficiente para creer y crear un sueño.
Se trata de la historia de M de Alejandría, desde la ubicación exacta para el cultivo de este tipo de uva, hasta una botella de vino dulce especial, un inspirado en los wineice (vinos de hielo) producido por una familia para el mundo.
Conocía su historia, y descubrir y emocionarte con esas personas tan capaces de hacer que las cosas sucedan es un cúmulo de casualidades que te hace experimentar, si cabe, los momentos con especial atención y conciencia.
Una cata improvisada, pero muy bien cuidada, un grupo de personas que se unen para pasarlo bien, con un vínculo que transciende a muchas normas sociales, pero que el ser humano busca incansablemente.
Papá, ¿nosotros alguna vez haremos un vino?
Mientras Cristina nos enseñaba su viñedo, nos contaba el germen de este proyecto. De aquellos días en su infancia en los que, como era costumbre, los vecinos se regalaban parte de sus cosechas y el resultado de ellas. Y recordaba, como uno de sus vecinos le regalaba, con cariño y admiración, aquel vino.
De la elección del terreno con agua, de la alberca construida con piedras firmadas por un picapedrero, del tipo de cultivo moscatel, y de esa brisa mediterránea que le da un sabor especial al vino, paseamos por estas tierras que buscan hacerse un nombre y tener un reconocimiento con este vino tan especial.
Entre viñas
La finca “La Alberca” tiene siete bancales de vid moscatel, cada uno de ellos con unas características diferentes, su cosecha, a principios de septiembre se realiza de una forma muy especial, la vendimia se hace congelando la uva inmediatamente tras su recolección para obtener un mosto puro, sin tener que añadir ni azúcares ni alcohol, inspirado en los vinos de hielo.
Desde 2016 buscando la excelencia
No buscan una explotación del terreno, ni una masificación en el mercado, ni siquiera este proyecto les permite tener dedicación plena, pero sí buscan una calidad demostrada y si la cosecha no es óptima no sale al mercado.
Hay mucho cuidado y mimo en todo el proceso, hay observancia, hay pasión y hay también una necesidad de potenciar esas tradiciones y ese valor local que, si no invertimos en él, perecerá ante el consumismo y la globalización.
Una cata muy local
Cristina sabe que la red es posible, y con esta cata ambientada en su propia finca, con esa brisa salada que ameniza la historia de cada vino, hace que todos disfrutemos del vino.
Probamos un rosado, un tinto y M de Alejandría, con pequeños bocados del sabor de los pueblos, maridados con sobrasada del pueblo, con longaniza casera, con buen queso y un bizcocho. Todos atentos a la explosión dulce del moscatel de Alejandría y de su compañero monastrell de Novelda.
El grupo
Y la diversidad y la diversión se hicieron patentes durante todo el día. Una experiencia muy cuidada por Eli Parres, quien nos invitó a descubrir estos vinos y a disfrutarlos con personas que saben apreciar los momentos. Y donde conocí a parte de un grupo llamado los 111 (que da para otro reportaje).
La importancia de cuidar lo local
M de Alejandría es un proyecto vivo, fruto de un sueño y una dedicación especial. Un proyecto que hace que se revalorice el entorno, que lucha por preservar las tradiciones, por apostar por la innovación.
Se necesita de mucho coraje para apostar por lo que sueñas, y eso lo transmite Cristina, con el brillo en sus ojos, con la emoción de creer y hacer que las cosas sucedan.